La mayoría absoluta de los visitantes de sitios navega de forma anónima. Más del 90% de las personas acceden a las páginas sin completar formularios, sin iniciar sesión y sin dejar datos que permitan cualquier tipo de identificación directa. A primera vista, esto puede parecer una señal de respeto a la privacidad, pero también representa un gran obstáculo para las marcas. Con poca información disponible — a menudo solo una cookie o un ID de dispositivo —, es prácticamente imposible ofrecer experiencias personalizadas, contextualizadas o relevantes. La relación digital se vuelve impersonal, genérica e ineficaz. Sin saber quién está del otro lado de la pantalla, las empresas cometen errores en la comunicación, desperdician dinero en anuncios irrelevantes, dejan de entender el momento de vida del visitante y pierden oportunidades valiosas de conversión, fidelización y construcción de vínculo. Además, este escenario favorece riesgos como fraudes, incumplimiento y inversiones mal dirigidas.
La buena noticia es que la tecnología ha evolucionado — y hoy en día ya existen soluciones capaces de transformar esa realidad. Con el uso de herramientas de resolución de identidad, es posible cruzar señales digitales con datos identificables de forma segura, cifrada y en total cumplimiento con la LGPD y el GDPR. Estas soluciones revelan mucho más que solo clics: muestran usuarios individualizados, con comportamientos, históricos, contextos y potenciales diferentes entre sí. Al reconocer al visitante, la empresa comienza a entender si tiene un buen historial crediticio, cuál es su rango de ingresos, cómo es su estructura familiar y cuáles son sus preferencias de consumo. Todo esto sin violar la privacidad, pero con responsabilidad, criterio y ética.
El impacto de esto es inmenso. Al dejar de tratar cada acceso como un dato aislado y comenzar a ver a las personas reales detrás de la navegación, el marketing se vuelve más inteligente, eficiente y humano. Y cuando hablamos de transformación, estamos hablando de casos factibles — como el de Ana Paula (consumidora), que al buscar un secador de cabello nuevo, visitó algunos sitios, comparó precios y consideró varias evaluaciones. Al final, compró el producto en un comercio electrónico que ofrecía mejores condiciones. Pero, en los días siguientes, siguió viendo anuncios insistentes del mismo secador en prácticamente todos lados. La sensación era de persecución digital, como si el sistema supiera lo que ella vio, pero no le importara que la compra ya hubiera sido realizada. Además de molestar, la experiencia genera frustración. Para la marca, significó desperdicio de dinero. Para Ana, la impresión de que, incluso después de la compra, ya no tenía más relevancia.
Este enfoque, todavía muy común, representa exactamente el tipo de comunicación que la tecnología puede — y debe — evitar. Si la empresa hubiera utilizado una solución de identidad digital, habría sabido que Ana ya había adquirido el producto y podría, en función de su perfil, presentar algo más interesante y adecuado al momento. Al identificar que ella tiene un buen ingreso, una familia grande y preferencia por interacciones en redes sociales, la marca podría mostrar, de manera sutil en su feed de Instagram, la oferta de una nevera premium — con alta capacidad y funciones avanzadas — y una condición de pago especial, fruto de una asociación con el banco del cual Ana es cliente. Cómo el banco reconoce su buen historial crediticio, ofrece un descuento exclusivo para quienes utilizan su tarjeta. A partir do momento em que se reconoce la identidad, la experiencia de compra evoluciona. Ana deja de sentirse perseguida por anuncios y comienza a recibir ofertas acordes con su perfil y con el momento que está viviendo.
Lo que podría haber sido una interacción digital frustrante se convirtió en un "viaje de valor". Ana empieza a sentirse comprendida, respetada y valorada. La marca ahorra recursos, mejora su reputación y aumenta las posibilidades de conversión al invertir en una comunicación más precisa, relevante y ética. Esta nueva forma de relacionarse con el consumidor representa un cambio profundo en la lógica tradicional de marketing. Ya no se trata de mostrar productos a cualquier visitante, sino de entender quién está allí, en qué etapa del recorrido se encuentra, cuáles son sus preferencias, necesidades y potenciales. Es dejar de ver multitudes genéricas y comenzar a reconocer individuos con historias, deseos y posibilidades distintas.
Desde el punto de vista de las empresas, los beneficios son evidentes: menor costo de adquisición de clientes, aumento de las tasas de conversión, mayor fidelización, más seguridad en la concesión de crédito y una gestión de medios más eficiente, con menos desperdicio y mayor impacto. Para los consumidores, esto significa el fin de los anuncios repetitivos, irrelevantes e intrusivos — y el comienzo de experiencias digitales más útiles, personalizadas y respetuosas.
Por lo tanto, ser reconocido, con responsabilidad, es el próximo paso para que el proceso de compra sea más eficaz, humano y seguro. Porque, al fin y al cabo, nadie quiere ser solo un número más. Y ahora, finalmente, las marcas tienen medios para actuar de acuerdo con ese entendimiento.