Los primeros días de enero estuvieron marcados por el nacimiento de quienes compondrán la llamada Generación Beta, en otro ciclo demográfico que se extenderá hasta 2039. Al igual que los anteriores, sus integrantes pueden traer perfiles, comportamientos y demandas muy diferentes y alineados con la inmersión tecnológica que vivimos actualmente, demostrando tendencias al mercado que ya pueden ser analizadas para prepararse para sus futuros consumidores.
Este concepto de generaciones incluye un grupo de personas cuyas características compartidas están influenciadas por el contexto histórico, social y económico en el que crecen. En el caso de Beta, aunque todavía estamos muy temprano en esta nueva fase, lo más probable es que sus deseos y comportamientos estén moldeados por la enorme inmersión en los recursos tecnológicos que ya tenemos hoy, especialmente la inteligencia artificial (IA).
Si bien, por ejemplo, la Generación Z presenta un comportamiento más proactivo y comprometido a correr según sus objetivos y deseos, es posible que los miembros Beta no presenten la misma preocupación. Después de todo, con herramientas sólidas como ChatGPT, simplemente haga la pregunta correcta sobre el tema de interés para proporcionar toda la información necesaria. Esto puede llevar a estas personas a intentar menos aprender algo, ya que sólo necesitarán saber exactamente qué pedir con estas herramientas.
Por un lado, esta inmersión tecnológica puede traer frutos muy positivos a nuestra vida diaria, haciendo que nuestras rutinas sean más ágiles y facilitadas. No es de extrañar que en Brasil la proporción de personas de 10 años o más que utilizaron Internet pasara de 84,7% en 2021 a 87,2% en 2022, según datos publicados en la Encuesta Nacional por Muestra de Hogares (PNAD). Sin embargo, cada moneda tiene sus dos caras.
Según información difundida en el informe “Privacidad de datos en 2025”, un tercio de los brasileños ya ha sido víctima de pérdida o robo de datos. Existe una línea muy fina entre el buen o mal uso de los avances tecnológicos, especialmente en aquellos que no saben protegerse ante estos intentos de delitos digitales, lo que puede acentuarse aún más en una generación que tenderá a sumergirse aún más en estas herramientas.
Mercadológicamente, esta inserción tecnológica también se reflejará en los hábitos de consumo de esta generación. Además de poder preferir las compras online mucho más que en persona cuya presencia digital será decisiva para la supervivencia de las empresas, esos miembros pueden ser mucho más leales a una marca que a un producto en sí, con poca probabilidad de comprar a otra empresa.
Si bien esta fidelidad puede ser sumamente positiva, también aumenta la competitividad del mercado en busca de nuevos consumidores. Después de todo, ¿cómo atraer a un cliente que ya es muy experto en una marca, si los productos en sí tienden a no ser suficientes en este poder de elección? Creando experiencias notables y satisfaciendo deseos de manera asertiva.
Los vendedores del futuro no deberían centrarse sólo en las cualidades y diferenciales de sus productos, sino en cómo pueden satisfacer las necesidades de este público objetivo, en la forma en que ayudarán en el día a día de cada uno de estos consumidores. Esto requerirá una fuerte reinvención de las marcas, creando viajes que capten su atención y las vislumbren. Así, incluso frente a otra empresa que ofrezca algo similar, se reducirán las posibilidades de deslumbrarse por la competencia y cambiar de marca.
La virtualización del mercado es un hecho innegable. En sus manos, esta generación tendrá acceso a una gran cantidad de información de forma rápida y sencilla. Así, además de apegarse cada vez más a la online, la generación beta puede ser mucho más crítica con las marcas que quieren contratar. De esta manera dependerá de cada empresa reinventarse y asegurar un servicio excepcional a las necesidades de sus clientes, brindando experiencias que cautiven y retengan a estos futuros consumidores.