Brasil está experimentando un auge de influencers. Según una encuesta de Influency.me, hay 2 millones de creadores de contenido activos, lo que representa un aumento del 67 % en tan solo un año. La cifra es impresionante y revela no solo el potencial del mercado, sino también un desafío que crece al mismo ritmo: mantener la ética en un entorno impulsado por los "me gusta", la interacción y contratos cada vez más atractivos.
La mayoría de estos influencers tienen entre 25 y 34 años (48,66%), seguidos del público más joven, de entre 13 y 24 años (39,37%). Solo un pequeño porcentaje tiene más de 35 años, lo que demuestra que la nueva generación domina el discurso digital. Del total, el 56% son mujeres, el 43% son hombres y el 1% se identifica con una marca, sin identificación de género.
Con una influencia tan poderosa, también surgen distorsiones. En los últimos meses, la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) de Apuestas expuso el lado oscuro de este universo: influencers que, a cambio de grandes sumas de dinero, promocionaron plataformas de apuestas sin considerar el impacto de sus acciones. El caso planteó una pregunta urgente: ¿hasta dónde llega el poder y la responsabilidad de quienes hablan con millones de personas?
Entre quienes nadan contracorriente se encuentra Larissa Oliveira, arquitecta y creadora de contenido que, junto con su esposo Jan, transformó videos de humor sin pretensiones en una comunidad con más de 7 millones de seguidores. Es categórica en cuanto a la ética: «Jamás aceptaría promover algo que violara mis valores morales, sin importar la cantidad ofrecida. La credibilidad es el mayor activo que puede tener un influencer».
La influencer construyó su carrera con ligereza y autenticidad, dos palabras que parecen sencillas pero que valen su peso en oro en un escenario donde la inmediatez suele ser más importante. "Mi contenido es un retrato genuino de mis momentos con Jan. Esta autenticidad creó un vínculo con quienes están al otro lado de la pantalla", afirma.
En una era donde el público está cada vez más atento a las inconsistencias y las faltas éticas, el comportamiento de los influencers se somete a un escrutinio minucioso. La confianza, antes ganada mediante el carisma, ahora también depende de la coherencia.
En última instancia, influir es más que simplemente entretener: se trata de asumir la responsabilidad de lo que uno dice y comprender que, en el mundo digital, cada “me gusta” puede conllevar una elección moral.

