Desde que llegó, en noviembre de 2020, el Pix se convirtió en parte de la rutina de los brasileños, y no tardó en convertirse en una de las mayores transformaciones de nuestro sistema financiero. Creado por el Banco Central, cambió la forma en que pagamos, recibimos y transferimos dinero. Facilitó la vida, redujo costos y abrió camino para que más personas tengan acceso a los servicios bancarios. De tan eficiente, Pix se convirtió en referencia en el extranjero también, inspirando soluciones similares en otros países de América Latina.
Pix nació para ser una alternativa más rápida, sencilla y accesible que esas viejas opciones como TED, DOC y boleto. Y en menos de cuatro años, mostró de qué está hecho, ya son más de 170 millones de brasileños usando el sistema, según el Banco Central, y mueve trillones de reales cada mes. Un resultado que habla por sí mismo.
Su éxito se explica por características, como la gratuidad para personas físicas, que lo hizo popular entre la población, la disponibilidad las 24 horas del día y los siete días de la semana, eliminando barreras de horario bancario, la liquidación en segundos, que facilita el comercio y los servicios digitales, y la integración con el ecosistema financiero, permitiendo que fintechs y bancos digitales crezcan sobre esta infraestructura.
El Pix no se limitó solo a las transferencias diarias. También se convirtió en aliado en políticas públicas y sociales, ayudando en el pago de beneficios del gobierno y facilitando las recaudaciones. Una herramienta que acercó aún más el dinero a quienes más lo necesitan.
El éxito de Pix llamó la atención de vecinos latinoamericanos, donde la inclusión financiera aún es un desafío. Países como Colombia, Argentina, México, Chile y Perú han estudiado o ya implementan sistemas inspirados en el modelo brasileño. El caso más representativo es el CoDi, en México, que intenta replicar la propuesta de transacciones instantáneas mediante código QR. Colombia, por su parte, avanzó con el Bre-B, mientras que Argentina apuesta por la integración de Transferencias 3.0.
La gran diferencia es que el Pix no fue solo una solución tecnológica, sino un proyecto de Estado, con regulación centralizada y una fuerte adhesión del sector privado. En muchos países latinoamericanos, la fragmentación regulatoria y el poder de los bancos tradicionales dificultan avances similares. Aún así, la influencia brasileña es clara, los gobiernos y bancos centrales comenzaron a priorizar la creación de sistemas de pago más abiertos y universales.
La evolución del Pix no se detuvo. Hoy, ya se discute el Pix Internacional, que permitirá transacciones con otros países en tiempo real. Si se concreta, este proyecto podría ser un catalizador de integración económica en América Latina, reduciendo los costos de remesas internacionales, algo especialmente relevante para regiones con alta circulación de migrantes.
Además, nuevas funcionalidades como el Pix Garantizado (una especie de pago a plazos integrado) y el Pix Automático pueden ampliar aún más el alcance del sistema. Estas innovaciones refuerzan la posición de Brasil como referencia global en pagos instantáneos.
Pix cambió la lógica financiera en Brasil, aportando inclusión, eficiencia y competitividad. Más que eso, abrió camino para que toda América Latina repensara sus sistemas de pago. Si la región logra superar barreras políticas y regulatorias, en algunos años podríamos ver un ecosistema de pagos instantáneos integrado, un salto que reduciría desigualdades y ampliaría oportunidades económicas.
El Pix mostró que la innovación en el sector financiero no necesita quedarse solo en manos de las grandes empresas privadas. Cuando el Estado, el mercado y la tecnología se unen, es posible facilitar mucho la vida de las personas. Llevar el acceso al dinero a quienes antes vivían al margen quizás sea uno de los mayores legados que Brasil deja para América Latina.