La historia reciente de la tecnología está marcada por la promesa de la desintermediación. En los inicios de Internet, existía la creencia de que la red permitiría conexiones directas, en las que los artistas hablaban con sus fans sin etiquetas, las empresas vendían a los consumidores sin minoristas, las ideas circularían sin filtros. Fue un ideal libertario, casi romántico, de un mundo más simple y transparente. Durante un tiempo, esta visión pareció tomar forma, pero la realidad se reorganizó en torno a nuevos intermediarios, tan poderosos como los antiguos, aunque disfrazados en forma de plataformas digitales.
Servicios como Uber, Mercado Livre, Instagram y Amazon crearon ecosistemas cerrados que facilitaron interacciones y transacciones, pero también establecieron nuevas capas entre el deseo y su cumplimiento. Eran prácticos, eficientes y muchas veces inevitables. El auge del software como servicio (SaaS) consolidó un modelo en el que la tecnología se presenta como packaging, donde una interfaz elegante que involucra la intención del usuario y la traduce en acción, pero en el proceso, sigue siendo una barrera.
Tres de cada cuatro empresas (75%) planean priorizar las operaciones de respaldo de aplicaciones SaaS como un requisito crítico para 2028, un salto dramático con respecto a los 15% registrados en 2024, dijo Gartner. Por muy fluida que parezca una interfaz, requiere abrir una aplicación, escribir, seleccionar y navegar. Cada microdecisión representa fricción, y la acumulación de estas pequeñas fricciones se ha hecho evidente.
Actualmente vivimos rodeados de contraseñas, flujos y pantallas, en un laberinto de herramientas que deberían facilitar, pero muchas veces complicar. Con esto crece la percepción de que no buscamos aplicaciones en sí, sino los resultados que entregan. Y si es posible alcanzar estos resultados sin pasar por una aplicación, mejor aún. La inteligencia artificial está promoviendo este cambio silencioso e integrado, especialmente popularizando interfaces naturales como la búsqueda por voz.
En 2025, alrededor de 20,5% de personas en todo el mundo utilizan esta forma de investigación, un ligero aumento con respecto a los 20,3% registrados en el primer trimestre de 2024, según datos de Data Reportal. Además, el número de asistentes de voz en uso supera la población mundial, alcanzando 8.400 millones de dispositivos en 2025, según Statista. Al fusionar intención y ejecución en el mismo acto, la IA elimina la necesidad de interacciones explícitas con las plataformas.
La búsqueda online ya ofrece signos de esta transición, en la que se escribe una pregunta y aparece la respuesta, sin clics ni filtrado manual. La búsqueda tradicional, que requirió múltiples pasos, comienza a ser reemplazada por respuestas directas. Esta es la nueva desintermediación, no una interrupción visible, sino una desaparición gradual de las herramientas, y esta transformación traslada el papel de la tecnología de interfaz a la infraestructura.
Pronto se podrán realizar tareas como escribir, organizar, traducir o planificar en el momento en que surja el deseo, sin la mediación de aplicaciones visibles. La tecnología será tan ubicua y silenciosa como la electricidad o el agua corriente, esencial pero invisible. Esto implica que muchos software y plataformas, que alguna vez fueron fundamentales para la experiencia digital, ya no tendrán una forma, marca o presencia notable.
La consecuencia práctica es que una parte importante del ecosistema SaaS puede convertirse en infraestructura y dejar de ser un servicio para el usuario final. Cuando la funcionalidad se vuelve interna a una capa cognitiva automatizada, desaparece la necesidad de acceder a herramientas específicas. Para el usuario, esta ausencia no será una pérdida; al contrario, se percibirá como una ganancia de fluidez. La nostalgia por las aplicaciones dejará de existir porque, en la práctica, se disolverán en el flujo de tareas.
El impacto de esta desintermediación en el mercado es profundo. Los modelos de negocio basados en la retención de usuarios en una plataforma necesitarán reinventarse, porque el valor residirá en el resultado, no en el camino. Para las empresas, esto significa competir ya no por la interfaz más atractiva, sino por la capacidad de integrarse de manera invisible y eficiente en la vida del usuario. Para los consumidores, se abre la posibilidad de una vida cotidiana menos fragmentada por pantallas e inicios de sesión, pero más dependiente de infraestructuras controladas por pocos proveedores globales.
La gran desintermediación que surge no es ni utópica ni libertaria, como se soñaba en los primeros años de Internet. Es técnico, silencioso y definitivo. Al acortar la distancia entre pensamiento y acción, la inteligencia artificial borra el centro de la experiencia digital y relega las interfaces a un segundo plano. En un futuro próximo, no nos daremos cuenta de que cuando una aplicación deja de existir, simplemente seguiremos adelante, como si nunca hubiera sido parte de nuestra vida diaria. Y tal vez sea exactamente allí donde uno se da cuenta de que el futuro ya ha llegado.